VOLAR
sábado, julio 26, 2008
Alguna vez, siendo un adolescente, me invitaron a deslizarme por una cuerda desde varios metros de altura. Estábamos en un restaurante a las afueras de Bogotá con mi familia, acabábamos de almorzar. Era una tarde fría: todos llevábamos casacas. Yo, lo sabía entonces, no iba a ser capaz de hacerlo. Entonces, supongo que puse mi peor cara de tristeza, de esas que siempre me fueron útiles para salir ganando. Creo que una de mis hermanas se llegó a lanzar de ese aparatejo. A mí, sencillamente, me resultaba pavorosa la idea, aún cuando eran menos de cuatro metros los que la separaban del suelo.
Hace pocas semanas (quizá dos), me ofrecieron la oportunidad de tener un rápido viaje en parapente. Menos de cinco minutos, dijeron, porque nadie puede describir lo que se siente si es que antes no lo ha vivido. Era un día de sol, tal vez un miércoles, y yo había llegado a ese malecón miraflorino para hablar con extranjeros sobre este país. Algunas veces no es necesario pensar: yo, que justo minutos antes, viendo desde la pista de la Costa Verde a esas personas volar por los aires, había jurado no subirme, estaba a punto de emprender un viaje que jamás podré describir. Quién sabe qué extraña razón me llevó a hacerlo. Con la cámara en mis manos, fue fácil disparar.
Escrito por Alberto Villar Campos @ 5:10 p. m., ,