CINESÍFILIS

Entrevista a Moises Saman: "La gente piensa que como soy fotógrafo de guerra, me pinto la cara de negro".





Moisés Saman nació en Perú hace 38 años, de padre peruano y madre española, es el único peruano que ha logrado ser invitado a formar parte de la agencia Magnum, creada  en 1947 por los famosos reporteros de guerra Robert Capa y Henri Cartier-Bresson, entre otros. Aunque todavía le faltan 4 años para convertirse en uno de sus miembros vitalicios, el fotoperiodista tiene bastante para mostrar: es un verdadero reportero de guerra (aunque para él la palabra tenga una carga ofensiva, pues dice que la gente suele ver a esta casta de periodistas como robots o insensibles) que ha cubierto revoluciones y guerras en Afganistán, Iraq, Pakistán, Nepal, Haití y el Líbano. 


Para él, en estos tiempos donde abundan los fotorreporteros viajando por todo el mundo, lo más importante es tener una mirada personal que va más allá de la propia guerra, el lado más humano de los personajes a los que fotografía. Como reportero de guerra, le ha tocado ver muchas cosas y no ha estado ajeno a las presiones de una batalla: cruces de balas, gente muriendo enfrente suyo. Él dice que, aunque no debe perder de vista su verdadera tarea dentro del reporteo (ser un testimonio visual), le ha tocado ayudar a la gente que veía sufriendo. 


Sin embargo, lo más fuerte en su trabajo ha sido perder a grandes amigos colegas en el último año: perdió a tres. Ha ganado premios del World Press Photo, actualmente vive en El Cairo, Egipto, a tres cuadras de la Plaza Tharir, una famosa plaza donde el año pasado, además, empezó la revolución egipcia que derrocó a Hosni Mubarak. Antes de ello, tenía pensado cambiar su lugar de residencia a Lima, un lugar donde también ha viajado y donde ha encontrado que se puede relajar surfeando. Actualmente, expone en el Centro de la Imagen "Crónica de dos revoluciones", sobre los conflictos en Egipto y Libia.


Naciste en el Perú, pero te fuiste cuando apenas tenías un año…
Sí. Mi padre es peruano y mi madre, catalana. Se conocieron cuando él estaba estudiando en España. Luego de casarse, decidieron volver a Lima y yo nací acá. Creo que vivimos en San Isidro. La familia de mi padre es del Callao y, cada vez que vengo, voy a verlos.


¿No tienes recuerdos del Perú?
Hace tres años empecé a viajar bastante a Lima. Quería descubrir el país y explorarlo también como fotógrafo. Llegué y me sentí a gusto. Conocía algo la cultura pero, aunque me siento peruano, no tengo el acento ni bailo salsa (risas). Es una parte que estoy descubriendo. Veo a la familia de mi padre cada vez que vengo.


¿Y no volviste cuando eras niño, no guardas alguna imagen de eso?
Lo hice en 1981, cuando tenía 7 años. Algo que recuerdo y me chocó fue ver a tantos soldados y policías en las calles de Lima. Era una época fuerte, creo. Lo otro que recuerdo es una heladería en Miraflores que tenía este helado llamado payaso. No mucho más.


¿Cómo llegas a la fotografía?
A los 18 años viajé a Los Ángeles a estudiar sociología y comunicaciones. En el último año de la universidad, no tenía muy claro lo que quería hacer. El gusto por viajar y conocer otras culturas me viene de familia, pero no sabía cómo acoplar eso a alguna profesión. La foto llegó un poco de golpe. Tomé una clase ayudé en el periódico de la universidad. Me gustó y gané unas prácticas en un periódico de San Diego.


Tu fotografía destacó, entonces…
No sé si tanto, creo los profesores vieron mi interés, porque eran unas fotos malísimas (ríe). No es que el talento salió de golpe, eso llevó años. Hay gente que parece llevarlo adentro y no necesita aprender, pero no sé si fue mi caso. Lo mío fue una curva a través del tiempo. Luego de graduarme, me ofrecieron unas prácticas en un diario de Nueva York. Allí empecé mi carrera.


¿Cuál fue tu primera comisión de viaje?
En “Newsday”, me asignaron ir a El salvador a hacer un reportaje sobre la migración de una familia que llegó a Long Island y cuyos dos hijos murieron en un accidente en Estados Unidos. Decidimos seguir a la familia para el entierro. Era el año 2000. Paralelamente, hacía foto de noticias policiales, incendios, de todo.


¿Cómo llegas a ser reportero de guerra?
La verdad que el término de reportero de guerra no me gusta, pues te limita bastante y la gente suele tener una idea de lo que eres y haces. Yo no soy un fotógrafo que solo se interesa en eso y dentro de la guerra hay varios tipos de acercamientos. Yo intento tener el mío, que es bastante personal. La gente cree que como soy fotógrafo de guerra me pinto la cara de negro.


Pero, digamos, estás en Magnum, has cubierto guerras y revoluciones y en tu exposición muestras una realidad dura a partir de ello…
Yo trabajo en situaciones difíciles, en conflictos, pero siempre intento buscar más la humanidad que la guerra en mis fotografías, busco ese sentido común que une a las personas en situaciones extremas como las batallas. Sí he hecho fotos en momentos de combate, pero ninguna foto de la exposición es así. Yo intento buscar alegorías y confusiones en una suerte de fotografía no acabada, donde no tengas toda la información, sino que te provoque preguntar más, a querer saber más sobre lo que está pasando. Ver otra foto de un niño malnutrido en África no creo conecte tanto con la gente, pero si lo fotografías de una forma que muestre ternura o quizá algo inesperado, tal vez así haya más una buena acción frente a ella.


James Natchwey, un colega tuyo, criticaba a los fotorreporteros que no sentían nada al entrar a una guerra…
Ese es mi gran miedo y en parte por eso me opongo al término de fotógrafo de guerra. Creen que somos robots que llegamos en paracaídas, hacemos nuestro trabajo y nos vamos. Esto no es real, porque si tienes un poco de sentimiento o corazón vas a sitios difíciles y te afectan mucho. Lo que ves no es fácil de olvidar. Y los fotógrafos que son así, fríos, calculadores, se notan en las fotos. Les falta humanidad. Yo me muevo dentro de un grupo pequeño de fotógrafos que hacemos esto por años. Pero cada cierto tiempo, ves a las nuevas generaciones, gente joven que llega con los ideales errados, como egoístas. Entre amigos los comparamos con esas personas que se van de pesca a ver quién saca el pez más grande para hacerse la foto en el puerto. Es un poco trivial, ver quién es el más macho, quién es el que tiene la mejor foto y, con ello, te olvidas de la gente un poco, de lo que realmente está pasando.


¿Cómo lidias con el miedo en la guerra?
No es fácil. No creas que tengo una adicción a la adrenalina, yo me muero de miedo como cualquier otra persona que estuviera allí. No serías humano si no lo sintieras. Es difícil de explicar, pero pienso que estoy allí por algo importante y tengo el privilegio y la responsabilidad de ser un testimonio independiente. Como periodista independiente, tienes un rol, sobre todo en esta sociedad donde todas las noticias son como el Facebook, Twitter, todo muy rápido y sin contexto, algo que falta para entender lo que está pasando.


Natchwey decía también que cada vez hay menos espacios para mostrar imágenes sobre la guerra…
Las publicaciones cada vez sin menos y hay más fotógrafos. Por eso yo me he interesado en desarrollar una visión más personal porque es lo que te ayudará a destacar. Siempre habrá gente dispuesta a hacer lo que sea por más o menos dinero.


¿Qué es lo que buscas transmitir con tus fotos?
Buscar siempre algo que conecte al espectador con la foto. No tiene que ser un beso sino ese momento íntimo que toque a una persona de aquí como de Siria o China. La humanidad es universal y hay gestos entre personas, movimientos que nos unen. Busco eso dar esperanza y protagonismo a una persona que sufre, pero que lo hace con dignidad.


¿Cómo sacar a relucir esas emociones en situaciones donde hay que lidiar con el miedo, la indignación o la tristeza?
Siempre debes encontrar esta conexión con la persona que fotografías y, muchas veces, en situaciones muy extremas, la gente aprecia que estés allí como testimonio. La gente suele creer que a nadie le importa que maten o bombardeen y de golpe ven que hay un interés. A veces es lo contrario: no te dejan entrar o que veas, pero cuando hay esta conexión es muy especial, se olvidan de ti y puedes lograr un poco esa intimidad que para la fotografía es esencial.


¿Qué momento en tu trabajo ha sido crítico?
No sé si hay uno porque cada uno fue crítico en su momento. El estar bajo fuego en situaciones donde no te puedes mover, por ejemplo. Aunque lo más difícil es cuando pierdes a tus compañeros y este último año ha sido especialmente fregado por eso: se han muerto tres amigos. Uno de ellos, a quien homenajeé en la muestra, es Anthony Shadid. Con él trabajé bastante en Egipto. Murió a mediados de febrero de un ataque de asma mientras trataba de cruzar la frontera de Siria. Eso es lo que duele de verdad.


¿Hoy se muestra lo que realmente ocurre en lugares donde hay conflicto como Siria?
Lo que veo no está nada mal, pero hay más restricciones de acceso. En Siria el acceso para periodistas es muy limitado, porque si las fuerzas del gobierno te pillan te fregaste. La gente, por eso, se mete ilegalmente. El peligro es increíble y aún hay un montón de cosas que es imposible ver.


¿Quiénes sí pueden dar ese testimonio?
Ahora mismo, el civil, con su celular. Por eso hay tantos videos de YouTube, es su lado bueno, porque es un primer intento para que la sociedad vea lo que ocurre. Pero hay una gran diferencia entre esto y el periodismo investigativo.


¿Cómo se ingresa a Magnum?
Es un proceso de seis años. Primero eres un nominado, luego de dos años te conviertes en socio y, finalmente, a los seis pasas a ser miembro vitalicio. Yo estoy en el segundo año. Ahora debo enseñar un trabajo que he hecho, sobre el que sus miembros votarán y decidirán si sigues o no. Entrar es complicado.


¿Te llaman o postulas?
Es una mezcla. Yo tuve que presentar mi portafolio pero para tener una oportunidad seria debe haber miembros que te presenten. Magnum no es solo una agencia de fotoperiodistas, allí somos la minoría. La mayoría están envueltos en el mundo del arte, en los retratos, la arquitectura. En fotoperiodismo tradicional, seremos 5 o 6.


Entrar debe ser tu meta.
Siempre lo fue, cuando me interesé por la foto siempre vi a Magnum y es un sueño hecho realidad ser parte de esta agencia, sobre todo por su historia, mística y compromiso con la fotografía. Tienen una gran ética y ser parte de eso es también ser parte de la historia.


¿En algún momento ayudaste a alguien que estuviste fotografiando en una comisión?
Claro que ayudas e intentas hacer lo que puedas, pero tu rol allí es otro, es documentar lo que está pasando. ¿Cuántas veces han matado alguien enfrente mío o le han disparado? Muchas. Pero no somos robots, claro que ayudas. También hay muchos malos ejemplos.


¿Cuánto tiempo pasas fuera de tu casa?
Suelo viajar 9 meses por año. Es difícil tener una vida normal. Siempre te pierdes el casamiento de un amigo, no eres una presencia muy marcada en un lugar. Hace ocho meses que vivo en el Cairo (Egipto), donde tengo mi base ahora, pues he estado viajando por la zona, pero también quería pasar un poco más de tiempo en casa.


Saman no es, precisamente, un apellido peruano…
Saman viene de mi descendencia palestina. Y la verdad no sé exactamente la trayectoria de mi familia pero obviamente tengo de allí.


¿Qué te gusta del Perú?
La comida me encanta y ahora me estoy metiendo más en el tema del surf, gracias a mis amigos. Es una forma de relajarme y estar cerca del mar, sobre todo porque vivo en El Cairo. Justo antes de mudarme allá pensaba venirme a vivir a Lima, pero luego empezó la Primavera Árabe y la revolución en Tunicia y mi vida se fue para allá. En algún momento me gustaría vivir acá. Me gusta que la vida acá sea más relajada, es una cultura diferente a la árabe o la musulmana, donde todo es más ‘heavy’. El latino es más ligero, más de fiesta, más alegre.


¿Qué quieres que el peruano sienta con tu muestra?
Expongo dos trabajos: uno sobre Egipto, que es parte de un trabajo más extenso y busca explicar la vida tras la revolución en ese país complicado. Es una visión muy personal sobre el Cairo como una ciudad histórica, increíble aunque muy densa, con muchos problemas, corrupción y donde todo está centrado en la plaza Tahrir, donde hubieron las principales manifestaciones. Yo vivo a dos cuadras de esa plaza. Es como un poema visual. La serie de Libia partió de un viaje a Tripoli, adonde fui invitado por el gobierno de Gadafi junto a un grupo de periodistas extranjeros. Fue muy especial ver este régimen tan agresivo y problemático. Y el viaje fue un desastre porque todo era muy manejado, una mentira: estábamos encerrados en un hotel, solo nos podíamos mover en autobús y no podíamos salir a la calle ni entrevistar a la gente. Pero fue como estar en una burbuja súper interesante.

Escrito por Alberto Villar Campos @ 8:45 p. m.,

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