Michelle se confunde con la lluvia
viernes, agosto 10, 2012
Michelle busca dinero a cambio de sexo desde hace tres meses
en Cartagena. Dice que lo hace por su madre, que sufre de insuficiencia renal. Solo
se ha enamorado una vez de un sicario, muerto hace menos de un mes. Esta es la
historia de un hombre de 19 años que sueña con operarse las tetas para ser
mujer. (*)
En una esquina de la calle 25, una oscura vía que desemboca
en el Centro de Convenciones de Cartagena, Michelle se ha cansado de jugar con
el paraguas. Pasea sin ganas su metro ochenta de estatura bajo una lluvia fastidiosa,
lenta como un vallenato al que le sobra despecho y sin embargo imperceptible
para los gringos que van en busca de parranda. Es un jueves cualquiera en una
ciudad universal, el reloj de la torre que corona a la Ciudad Amurallada marca
las 11. Para Michelle, de 19, la noche apenas empieza.
Su minifalda de jean hace que sus piernas se vean mucho más
largas. Su desordenada cabellera tiene el color de una zanahoria podrida. Michelle
se rasca la espalda, los brazos y las piernas a cada rato por el calor y la
humedad. Casi no sonríe. “Soy gay desde los diez años y empecé en esto a los 12
por mi tía, que era puta”.
Nos hemos sentado en unas escaleras sucias para hablar, pero
antes, Michelle le ha puesto precio a la conversación: 20 mil pesos por media
hora de confesiones. Es menos de los 50 mil que dice que les cobra a los
clientes por una hora de sexo. Sabe que lo suyo es un negocio, sin embargo, y,
sin perder el tiempo, lanza otra propuesta: “Vamos mejor a tu hotel, ¿no?”.
Michelle sabe que todo lo que diga puede ser usado en su
contra. Por eso, cada respuesta suya parece una mentira disfrazada. Dice que su
verdadero nombre es Camilo Andrés, que nació en Medellín y que es el mayor de
tres hermanos. Ellos, afirma, viven actualmente en un centro de ayuda para
familias pobres del Gobierno, pues su madre no puede cuidarlos a causa de su
severa insuficiencia renal. “Ella vende dulces y cigarrillos en la calle, pero
a veces me dice que no le alcanza ni pal’ pasaje, e imagínate uno que se pone a
llorar por acá, triste”.
A unos metros, dos ingleses beben cerveza y conversan. “Los
extranjeros lo tratan a uno bien, pero la semana pasada un italiano casi me
pega. Tuve que terminar el trabajo porque me estaba pagando bien, pero aquí siempre
vives en riesgo”, cuenta.
Mientras juega con su paraguas –sus manos son gruesas y
largas como las de un basquetbolista–, Michelle recuerda la primera vez que se
prostituyó. Tenía 12 años. Un acaudalado negociante de Medellín le ofreció 450
mil pesos por el ‘duro’, que es como en este negocio se le llama a tener relaciones
con un menor virgen. “Me dolió, pero uno debe cumplir –sostiene–. Después me
empezó a ir bien y dejé el colegio para dedicarme a esto por entero”.
Tres años después el negocio empezó a escasear. “No había
plata para las trabajadoras ‘sessuales’ como yo”. Michelle no ha perdido el
seseo propio de los paisas, pero en los tres meses que ha vivido en Cartagena
su piel se ha pintado de negro. La costa ha hecho de las suyas con el cuerpo de
un hombre que quiere ser mujer.
Desde hace tres meses, después de viajar cuatro años por la
costa caribeña, Michelle vive en una casa del barrio La Candelaria, por el
centro de la ciudad. Es una zona peligrosa, advierte, donde hay tantos
mosquitos como delincuentes y no pasa una noche sin que se desate una balacera.
“A veces uno no puede salir de su casa porque están metiendo bala. Yo llego
siempre a las 7 de la mañana y me topo con borrachos tirados en las calles”. Su
habitación no tiene paredes: dos cortinas separan su cama de la sala y la
cocina. Es un lugar humilde y su familia adoptiva, una anciana y su hija, le
permiten vivir allí a cambio de que pague algo de la comida.
Michelle dice que su madre no sabe que se gana la vida con
el meretricio. “Ella cree que vivo con unas amigas y trabajo en una
peluquería”. ¿No sería esa, acaso, una mejor opción? ¿Es la prostitución la única
forma de vivir que tiene Michelle en este país en el que 190 gays fueron
asesinados entre 2009 y 2010, según la ONG Caribe Afirmativo? “Es que me gusta,
da plata casi siempre y puedo darme mis gusticos [ropa y cosméticos, en ese
orden]”, responde. Ahora se encuentra ahorrando para operarse las tetas. Si
todo sale como quiere, a fin de año el travesti dejará de rellenar sus sostenes
con telas viejas.
Pero esta noche no ha sido buena para Michelle. Lleva cuatro
horas dando vueltas y ni un solo cliente la ha buscado. Ni siquiera los
conocidos de los que ha jurado nunca enamorarse. El único hombre al que amó se
llamaba Silvio, un sicario paisa que cobraba dos millones de pesos por
‘servicio’ con quien estuvo cerca de año y medio. “Era lindo, pero siempre
amenazaba con matarme: si no era de él no iba a ser de nadie, me decía”. Hace una
semana sus familiares le informaron que el hombre había sido asesinado.
Entonces el silencio se apodera de la calle. “Yo me metí en
esto por mi mamá, porque ella es la necesitada y usted sabe que uno por las
mamás hace lo que sea. Yo sin mi mamá no soy nadie y si se llega a morir, me
voy con ella. Sola no soy capaz de vivir en este mundo”.
Un auto se detiene y, por fin, los ojos de Michelle brillan
en la noche húmeda y hedionda. Ella se acerca, negocia con risas fingidas el
precio del ‘polvo’, cuando de pronto el conductor le grita unas cuantas
groserías. La venganza de la puta es certera: un golpe seco y salvaje en la
puerta del copiloto. El carro se aleja veloz. Ella ni se da por enterada.
Frente a mí, este hombre vestido de mujer no se da por
vencido. “Dame 20 mil pesos más y nos vamos a la cama”.
(*) Reportaje escrito para el taller "Cómo se escribe en periodismo", de Miguel Ángel Bastenier, organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias.
Escrito por Alberto Villar Campos @ 4:01 p. m.,