9 SONGS
miércoles, diciembre 28, 2005
Esta es también mi historia.
“Cuando me acuerdo de Lisa, no pienso en su ropa, ni en su trabajo, ni de dónde era, ni siquiera en lo que decía. Pienso en su olor, su sabor, su piel tocando la mía”. Él dice eso en la primera toma. Luego el cuadro se corta y entra otro donde se los ve haciendo el amor. Él dice algo más. Empieza la primera canción.
Ella bailando “como lo hacen los norteamericanos”. “Sólo la gente infeliz baila mal”, dice ella sonriente. Ella inhalando cocaína, él también. Ambos bebiendo cervezas. El fade out. El fade in nuevamente, con ella mirándolo, mientras él se la coge despacio. Ella no se corre, pero se intuye que pronto lo hará. El fade out.
La música. Una llamada telefónica. Ellos se abrazan en un concierto, sin prestar atención en el la banda que toca y el hombre que canta.
El auto (aquí sí me aburro: es la típica escena en la que ambos se preguntan cosas estúpidas: quieren conocerse). Aunque de repente, un gran plano se abre hacia el cielo y los rayos del sol se meten por entre las nubes.
(Esto también es un poco aburrido: ella ve cómo él se rasura, ambos en la tina; él luego tiene una erección y cierra los ojos).
Ambos caminan en la playa otro día. Parece uno de esos clásicos europeos si no fuera porque él, de pronto, se quita la ropa y se mete en el mar. Y le dice que la ama.
Música por cuatro minutos.
(Por un momento, podemos ver que él trabaja en algo de hielos).
Ella desnuda, recorriendo su cuerpo. Besándolo. Ambos besándose. El piano mientras ella baila en una discoteca, las luces de colores cayendo sobre su rostro. Sus largas piernas blancas que me recuerdan a otras largas piernas blancas, mientras él lee una revista y las acaricia. Un juego tonto que termina en un suave juego sadomasoquista (él venda los ojos de ella, y ella no puede sino venirse).
Ya todo es explícito. Es, sí, y vale por ello también, una película de sexo explícito. No obstante, es como si sus sexos quisieran no decirnos eso. Como si susurraran, como si dijesen que está bien estar allí, que fácilmente aquél podría ser tu propio sexo humedeciéndose. Mientras ella le susurra algo, yo puedo oír a alguien más susurrarme. De lejos, claro. No puedo evitar estar dentro como un voyeur desesperado.
Y música, claro. Y ambos mirando esta vez al cantante. A la banda. Supongo que esto quiere decir que algo anda mal entrambos. Pero no. Él coge su cabello y lo acaricia.
En la casa es distinto. Es una pequeña charla en la que ella le dice que cenará con amigos norteamericanos. Y se desvanece en negro.
Él, de pronto, juega con sus dedos dentro de ella. Y todos, ya, estamos también jugando. En nuestros recuerdos.
Van a cenar y no sé por qué de pronto los vemos en una habitación iluminada de verde, con ella y una mujer desnuda bailando muy cerca. Él se va al rato. El plano se corta y ella se masturba con un pequeño vibrador blanco.
Ahí empieza todo. Ella llora al día siguiente, sabrá el diablo por qué. Llora y se estruja contra una almohada blanca. Y no dice nada mientras él la abraza.
Ella se masturba mientras él la observa, desconcertado, al otro día. La luz cae sin vida sobre su cuerpo. Ella muerde su dedo más pequeño. Él la sigue contemplando. Es un plano largo en el que ella se corre de verdad. Y lo hace como soportando un dolor profundo.
Luego pelean. Ella grita, discute sola. Él se queda callado.
Y, claro, luego se reconcilian. Y no pueden hacerlo sino es haciendo el amor.
Revolcándose en una cama que ya parece cansada. Han sido largos meses, pero aún aguanta.
Al día siguiente, ella nos despierta con el que es tal vez el sexo oral más triste de la historia (claro, ella ríe y él goza, pero a quién le importa eso). Aquí es donde se aproxima el fin: esta película, lo dice el afiche, dura 69 minutos.
Franz Ferdinand en una actuación memorable. ¡Bang, Bang, Bang!, es todo lo que oímos a través de los parlantes.
El día de su cumpleaños, ella le regala un libro de la Antártica. Me aburro. Adelanto, pero luego los veo bailando y pienso: Sólo los infelices bailan mal.
Coca. Para ella, para él. La siento pasar ácida por el medio de mi nariz y mi boca aún cuando nunca la haya probado. El piano bonito de un viejito a quien no reconozco.
Y, finalmente, él vuelve a penetrarla. Es cierto que hemos visto esto ya un montón de veces, pero lo asombroso es que cada vez es distinto. Como ocurre realmente (tengo 24; por favor no maten mi sueño). Jadean. Ella se toca. Encima de él. Sus labios se resbalan, casi besándose. Y él, rígido, termina. Ella… parece que también.
¿El final? El final es como todo final. Ella se va y él se queda. La última canción, claro, es de Black Rebel Motorcycle Club.
Pienso: el director sabe lo que hay dentro de sus orgasmos específicos. Él sabe de los niveles de excitación en los que ellos se hallan, sabe en qué momento dejar de filmar, en qué momento volver a hacerlo. En qué momento plantarse en un plano cerrado de sus cuerpos intercambiando fluidos. La rapidez, el éxtasis cautivante, es en dos amantes como los de “9 songs” el ejemplo perfecto de lo que hay que hacer de ahora en adelante. Volver al inicio, a las fotografías en movimiento. A esos momentos fáciles y simples que la cámara, en otro contexto, no registraría. Esa parte que queda apenas en el corte del director, tal vez en su cabeza. Siento que estoy, nuevamente y para mi alegría, ante un film como ningún otro. Aunque me aterra pensar que en realidad no me gusta tanto esta película, no puedo dejar de verla sin sentirme cómplice de sus astucias. Las mías.
En fin. Esta también es mi historia. Por qué no verlo de esa manera.
Escrito por Alberto Villar Campos @ 11:45 p. m.,
1 Comentarios:
- At 7:31 p. m., [_kara_] dijo...
-
dolorcito estomacal. sonrisa. media sonrisa. boca lisa cual barrita de tiza reposando en el pizarrón. gracias.