CINESÍFILIS

NEVER MESS WITH THE FAMILY

En un día en que no debía suceder nada, algo sucedió. Tuve castigo y venganza en partes iguales. Primero lo primero: dejé olvidado mi nextel en un taxi. Una hora después o quizá menos, me llamo a mí mismo con la esperanza de oír una respuesta. La hay. Pido referencias, calma y ofrezco una recompensa. Me devuelven palabras entrecortadas, calma y 50 soles por tenerlo de vuelta. Acepto, y sólo pido que me lo traigan adonde estoy. Al principio aceptan, pero luego una voz femenina (una maldita voz femenina) lo complica todo: Debo ser yo quien vaya a recogerlo. ¿Dónde?, pregunto. Las malvinas, responden desde el otro lado. Anochece en Lima y es viernes. No lo pienso. Cojo el dinero, cigarros y otro nextel. Salgo a la calle, y por 18 soles aceptan llevarme y traerme.

Durante el camino, pienso en que sí, efectivamente es una locura lo que estoy haciendo, pero ya estoy dentro y no hay de otra. Fumo, atravieso con dificultad la Vía Expresa. Empiezo a dudar incluso del taxista, e intento tranquilizarme lanzándole algunas frases que me responde con frialdad. Veo que es peor, así que me detengo. Suena el nextel a la media hora, cuando ya estamos cerca. Son ellos (aunque parecen novatos, trabajan en grupo: siempre se trabaja así). Me preguntan dónde estoy. Cerca, respondo. Miro al taxista. Estoy allí en cinco minutos, agrego. ¿Cómo estás vestido?, me dicen. Polo rojo, casaca azul, pantalón negro, respondo. Ya, oigo del otro lado.

Ya.

Tardo en verlo, y cuando lo hago observo a un viejo en casaca y una gorra roja (seguramente prestada para la ocasión) en una esquina, hablándome por su nextel (me lo dio para ganarse mi confianza; craso error). Le digo que se acerque. Pregunta dónde estoy. Saco el brazo fuera del auto y lo muevo. Voltea. Se aproxima mirando a los lados, nervioso. Nos damos la mano. Yo no lo miro. Me da el teléfono mientras habla y yo no escucho. Es el mío. Saco el billete y, sin decirle nada, le pido al taxista que arranque. Antes de perderlo de vista, siento que me palmea la espalda.

Ya.

Llamo a la dueña del nextel para decirle que estoy bien y que ya tengo el teléfono. Agrego que en media hora estaré de vuelta. Alguien más llama, y le cuento en qué ando. Mientras, pienso en la mejor manera de vengarme de alguien que no resistió a la tentación y pidió recompensa por algo que en cualquier otra ocasión (en, tal vez, un mundo perfecto) hubiera hecho sin cobrar nada, sin recibir más que las gracias. No estamos allí y él ni yo somos esas personas.

Dos horas pasan. Estoy frente a mi hermana, comiendo y planeando la venganza. Quiero algo rápido, efectivo y sobre todo duradero, le digo. Y, si se puede, para siempre. Entre muchas posibilidades, elegimos una, la mejor, ideada por ella, que por si no lo he dicho trabaja en la empresa. Lo mejor, siempre, es aliarte con los mejores. Antes de dormirme, timbro al teléfono del secuestrador. Le pregunto, como jugando, por lo que hará con el dinero. Reconoce mi voz. Me sale con que a él también le ocurrió lo mismo. Me dice: Qué se va a hacer, eso pasa. Pienso en el karma antes de decirle que esos 50 soles son el precio del nextel por el que habla. Y que lo cuide, de ahora en adelante. Ya, pues, le escucho desde el otro lado. Es lo último que oiré de ese hombre que un viernes por la tarde decidió retar mi maldad.

A la mañana siguiente, me hago pasar por él, reporto su número como robado y, luego de algunas preguntas que respondo con deslumbrante impasibilidad, me dicen que dentro de unos minutos bloquearán el teléfono. Me agradecen, agradezco, y colgamos. Hasta donde sé, hasta donde me han dicho, tomará varios días que su línea vuelva a la normalidad, si es que acaso se atreve a llamar (el miedo es un veneno eficaz). A lo mejor decide olvidarse del asunto y hacerme caso: creer que esos 50 soles son realmente su teléfono, ahora perdido, tal vez para siempre. O a lo mejor no.

En todo caso, pienso en el karma mientras recuerdo su rostro mezclándose con la noche y la Avenida Argentina. A las once pasan Los Soprano. Pienso en una frase: Never, but never mess with the family...

No me cuesta sonreír.

Escrito por Alberto Villar Campos @ 10:19 p. m.,

1 Comentarios:

At 7:50 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

¡Eepa...!

 

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    Alberto Villar Campos
    Lima, Peru
    "Y de pronto apareció por ahí ese maldito iceberg llamado Poesía o Literatura o Aburrimiento o lo que fuera con la única condición precisa de no devenir en Aburrimiento ni por un instante…". (Pablo Guevarra)
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