CINESÍFILIS

LOS NOVENTA APENAS FUERON SILENCIO: EL CINE DE EZEQUIEL ACUÑA (O CÓMO INUNDARLO TODO A PARTIR DE LA NADA)

A Guillermo, el amigo perdido.

Para algunos, los noventa pasaron demasiado rápido, tanto que quizá ahora les sea difícil –o casi imposible– recordarlos. Es como si en medio de la apoteosis que significó en el mundo el fin del pop y el efecto Y2K, no existiera nada tan o más relevante: como si en medio de dos seres humanos distintos surgiera un fantasma reclamando atención y nadie estuviera dispuesto a dársela: como si nadie incluso fuera capaz de temerle. Los noventa fueron raros: había tal desencanto en las calles, tantas ideologías muertas o atontadas por el calor del cambio, que era imposible o inútil decir o hacer algo. Lo único viable, pues, era desencantarse: hacerse a un lado y ver al tiempo sobrevolar nuestras cabezas, como un avión a punto de estrellarse.

Yo fui uno de aquellos que vio cómo en los años noventa muchas ideas, pero sobre todo emociones, fueron enterradas de plano. Yo fui de los que vio cómo los adolescentes (yo era uno) se hacían mayores sin la obligación de cargar aunque fuere con la más pequeña ilusión, cómo incluso en la autodestrucción propia del crecimiento parecían no encontrar algún tipo de placer. Se notaba en el aire gris y contaminado de las calles, en los mandos de los juegos electrónicos con los que se jugaba, en los descoloridos muros de los centros comerciales que alguna vez fueron la alegría y vitalidad de una ciudad y ahora no eran sino lugares inhabitados, que aquella sería una década para el olvido. Nada era tanto o más trágico que un mundo en donde no pasaba nada. Y realmente no pasaba nada o al menos así queríamos creerlo: era la única forma de, al menos, no tener dudas sobre algo.

Yo fui también, de alguna forma, los años noventa: en ese espectro atosigante que era para nosotros la desesperanza, en la inercia de desayunar, almorzar, ver tele, comer e irse a la cama día tras día, y sobre las cabelleras largas de unos cuantos amigos, fui, sin embargo, comprendiendo que poco o nada había ya que hacer por allí salvo asirse a ciertos momentos, ciertas cosas. Una de ellas, claro, fue la música; otra, los amigos; y una última, la calle. En conjunto, se trataba de una aparente nimiedad que, no obstante, proveía de cierto tipo de goce, mínimo pero fructífero, sobre todo en días de modorra, incomprensión y silencio. Uno de los momentos menos dolorosos de aquella década decadente fue cuando me di cuenta de que dos o tres cosas podían convertir mi realidad en una ficción más llevadera. Luego de eso, o antes de eso, debo decir que nada fue inevitablemente lo mismo.

Y puede que tal vez esa sea la razón por la que una parte de mí se comprime cada vez que veo una película de
Ezequiel Acuña (Argentina, 1976). Aunque en un principio parezca una empresa inútil, de lo que aquí se trata es de confirmar que es verdad aquello de que existen emociones universales (ajenas al tiempo incluso), y que no importa cuán lejos estés o de qué forma vivas, tarde o temprano podrás sentirlas. El cine de Ezequiel Acuña deja esa sensación: la de estar respirando otra vez el aire de esos tiempos, de sentir cómo durante la adolescencia lo más útil era no decir nada a tener que hacerlo, de sentir el peso de varias décadas de transformaciones, el fin de un siglo y un milenio y no saber de qué forma enfrentar los siglos y milenios que se vienen. Para alguien que crea acaso que ha olvidado lo que sentía cuando atravesaba calle tras calle, junto a un amigo o a lo mejor solo, un sábado después de un almuerzo familiar, esto podría serle útil. Mejor aún: podría incluso aliviarle la memoria.

BIENVENIDO (PERO NO HAGA BULLA)

Uno tiene la certeza de que en los noventa, la amistad iba más allá de la mera coincidencia. La amistad era esa especie de compañía solitaria donde la tristeza, el desconcierto y los silencios se dividían para hacerse menos pesados. En “Rocío” (2000), cortometraje que se incluye en el DVD de su ópera prima, “
Nadar solo” (2003), esta idea se hace evidente: dos amigos se encuentran y conviven durante algo más de un día en casa de uno de ellos. En aquel espacio, los amigos hablan, pero sus diálogos parecen no seguir un hilo argumental: es como si cada uno lo hiciera para sí y el otro no tuviera más remedio que oír lo que éste dice. Se acompañan, van por lugares en los que han vivido o a los que falta recorrer, y sus emociones parecen estancarse en algún territorio que nadie, al menos hasta ese instante, se ha atrevido a explorar. Los personajes de aquí no son, como podrá apreciarse, adolescentes: a la manera en que Acuña se ha autodefinido, son “tardoadolescentes” que se enganchan en la nada, que en cierta forma –Fuguet dixit– “adolescen”. “Tal vez no esté tan mal reservar esa edad para sufrir –ha dicho el director en una entrevista–, para poder vivir después otras cosas”.



Y sí: lo cierto es que en esos casi veinte minutos filmados en blanco y negro (y con una incomparable banda sonora que incluye a Morrisey y a Daniel Melero), el sentimiento de estar sufriendo sin poder remediarlo es incontenible. E inconstrastable. Como una catarsis, como una sonata al desencanto, “Rocío” exhibe la pureza de dos formas en tránsito hacia algo, desnudas por el peso de la existencia y, no obstante, carentes de cualquier tipo de melancolía. Algo así, aunque más denso, es lo que uno siente al sumergirse en “
Nadar solo”.

“CUANDO YO SALÍA, ELLOS ENTRABAN”

Es de mañana y Guille vuelve a casa luego de una noche fuera con Martín (su mejor amigo y el protagonista de la historia de “
Nadar solo”). Los padres de Guille duermen y su hermano mayor prepara el café para el desayuno. Ambos se sientan, dialogan un rato (una vez más, se trata de dos personajes que parecen acompañarse por obligación), y el joven aprovecha para contar que lo han echado del colegio. Como si no hubiera mayor sorpresa, el hermano pregunta si le ha contado ya a sus padres. “No –responde el muchacho–. Cuando yo salía, ellos entraban”.

Probablemente sean muchas las formas que existan para definir el espíritu del primer largometraje de Acuña, sobre todo a partir de episodios o momentos específicos del mismo. Si alguien me pregunta, escogeré la frase de arriba para hacerlo. “
Nadar solo” es la forma en que un adolescente se enfrenta al estadio más complicado del crecimiento: ese que perturba por su quietud, que impacienta por lo alargado de sus momentos vacíos, por su nulo movimiento, por las pocas novedades que el mundo parece tenerle preparadas. ¿Con qué enfrentarse, entonces, si de lo que se trata aquí es de esperar y nada más? ¿Qué esperar, acaso? ¿Y cómo esperar? No es que se lamente la falta de grandes cosas o cambios, ni tampoco que se aguarde por las malas noticias que terminarán comprobando que toda aquella espera tenía invariablemente que ver con eso, sino todo lo contrario: en aquél estadio uno se enfrenta a un enemigo invisible, gana una batalla de por sí nula, y es incapaz de saborear la dulce victoria. Queda, pues, entender al mundo a partir de la individualidad. Y eso es lo que cada uno de los personajes –como ocurre, asimismo, en “Rocío– obtiene: arma un espacio, un escenario a la medida de su complejidad, y elige a la compañía adecuada para entenderlo. Atravesar ese espacio vacío es, para Martín Cánepa, buscar a su hermano desaparecido, deambular por la ciudad junto a su amigo sin mayor rumbo que ése: buscarlo. Aquella búsqueda es, además, pretexto para otro tipo de exploración, una interior, que trate sobre todo de hurgar en sentimientos agarrotados para así empezar a entender que ciertas cosas son, indefectiblemente. Despedirse de la adolescencia puede ser un acto doloroso pero irreprochable. Y existen, cómo no, distintas formas de hacerlo. Distintas maneras de afrontarlo. Para algunos, vuelvo a decir, los noventa pasaron demasiado rápido; para otros, en cambio, fueron apenas una pausa con muchas salidas posibles e interrogantes más y más complicadas.



Es así como se mueve el universo Acuña: a partir de ecos constantes, de reminiscencias de sus propuestas pasadas –espacios y diálogos a los que retorna para lograr el efecto que su memoria desea en el espectador–, el argentino parece sintetizar el mundo de un muchacho perdido y, por qué no, a lo mejor listo para dejar de estarlo; y como él, también, parece rehusarse a aceptar su extraña posición en el mundo. Rehusarse a darse de frente contra ese avión llamado adultez.

“¿A QUIÉN ESPERARÉ AHORA QUE LOS AÑOS EMPAÑAN MI MIRADA?”

Pero lo cierto es que sólo algunos aviones se estrellan. A la manera, nuevamente, de un relato sin resolución, el segundo y por ahora último largometraje de Ezequiel Acuña, “
Como un avión estrellado” (2005), descomprime la vida de Nico, un adolescente cuyos padres han muerto y para el que la vida no es otra cosa que un conjunto de sucesos ralentizados, buenos como malos y dispuestos uno tras otro, hasta que en un aeropuerto conoce a Luchi, con quien (y gracias a quien) descubre por fin el amor.

Sin embargo, no es sólo amor lo que se respira en el filme:
“Creo que [“Como un avión…] es una película de contrapuntos, en la forma ‘paliza-tranquilidad-paliza-de vuelta tranquilidad’, es una películas áspera, cruda, triste, etc; alguien la definió como una canción de Nirvana o Sonic Youth, de un ritmo tranquilo a una explosión y de eso de vuelta a un ritmo tranquilo”.

Si en “
Nadar solo”, la travesía del protagonista era solitaria y sobre todo pacífica, en “Como un avión…” esta es, tal como la define el autor, áspera, oscura, con silencios que son ahora incómodos y diálogos en los que se desvela una cierta tensión almacenada. Es como si en cada acción, los personajes estuvieran a punto de estallar (o de estrellarse), como si el pasado latiera cada vez con mayor fuerza, removiendo así los cimientos en que cada uno intenta construir su presente. Y todo temblara. Sin detenerse. Y nadie pudiera hacer algo al respecto.



(Se trata, además, de confirmar que inclusive en la adolescencia uno puede hacerse de un espacio para la decadencia y tener, sobre todo, el derecho a sentirse así, aunque no sea, realmente, cierto).

Las distancias, no obstante, encierran semejanzas. La música, los amigos y la calle, aunque distintas en cuanto a forma, ánimo y tiempo, mantienen, en esencia, el espíritu de los jóvenes de los noventa. Y eso ocurre también con el amor: en esta película es como un viaje iniciático y sin destino, platónico y fugaz; carente de cualquier tipo de moraleja, ausente de sentimentalismo, un intercambio de afectos parco, sordo, irreprochable.

Finalmente, huelga decir que en “
Como un avión estrellado” se respira la meta de una carrera extensa, desastrosa aunque en suma esperanzadora: nos encontramos, de algún modo, frente a adolescentes que ya no pueden caer más al fondo, y a los que, lógicamente, no les queda otra que salir nuevamente... y flotar. Despertar un día y ver que todo, definitivamente todo, no es como lo habíamos soñado. Que los años pasarán y la voz de Eddie Vedder (el “Ten” reluce cerca de mi teclado) ya no será más el eco de cada tarde en tus oídos, que Kubrick dejará pronto de tener ese halo de misterio y pasará a ganar espacios aún mayores, que las camisas a cuadros y las zapatillas Converse ya no serán más tu atuendo favorito, que MTV apestará al punto de lo intragable, que añorarás sentir que tus padres no te escuchan (todo lo contrario: lo hacen y demasiado), que el espíritu de sentirse perdido era tan rico y ahora ya no puedes ni si quiera recordar lo que era, salvo cuando, de pronto, estás nuevamente solo, no oyes nada, ni tus pasos… y es casi como tocar el cielo sin despegar un solo instante tus pies de la tierra.

Escrito por Alberto Villar Campos @ 12:58 p. m.,

7 Comentarios:

At 10:15 a. m., Anonymous Anónimo dijo...

Excelente el articulo.-

 
At 12:21 p. m., Blogger Blanca Lewin dijo...

Le voy a mandar el link a Ezequiel, a mi también me encanta su cine. saludos y gracias por la invitación.

 
At 12:48 p. m., Blogger Alvaro M. Oga M. dijo...

las cosas buenas merecen ser aplaudidas... plap, plap, plap, plap.
felicitaciones!!

 
At 11:09 a. m., Blogger Alberto Villar Campos dijo...

Gracias a todos, por todo.

 
At 9:32 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

Felicidades, por el cambio de formato y el artículo, de Ezequiel solo he visto, Nadar Solo, falta y huelga conseguir el Avión, (donde la conseguiste?).

Mientras leía creí escuchar los acordes del Smell like teen spirit, pero después me percaté que era un recuerdo.

Saludos

 
At 9:34 a. m., Anonymous Anónimo dijo...

Usted siempre con estas cosas suyas. ¿Descubridor,divulgador?
Ya estoy buscando NADAR SOLO y COMO UN AVIÓN ESTRELLADO.

 
At 9:40 a. m., Blogger Alberto Villar Campos dijo...

Simple, Antinoo: Siga el camino del polvo azul y las encontrará.
Un abrazo,

 

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