CINESÍFILIS

DONNIE DARKO


Donnie Darko” perturba, cala, repele y atrae, desconcierta y tranquiliza –¡y cuán fuerte, vamos, es su efecto tranquilizador!–. Es una película que, por sobre su asombrosa y aparente agilidad narrativa –la lentitud vendrá luego, como coronando el efecto de una droga blanda–, va abriendo ante nuestros ojos un rompecabezas existencial de solución aparentemente improbable, un rompecabezas denso, con planteamientos exigentes que acusan recibo de atención total: no seguir tanto las causas como los efectos de la misma significará obviar culposamente las exquisitas posibilidades poéticas y los ejercicios racionales de su director/guionista, Richard Kelly.

No obstante, esto último servirá de nada si lo que se quiere (y si el día da como para ello) es sencillamente sentir el efecto del caos: “
Donnie Darko” es también una película eficaz para viajeros emocionales que eligen no “sentir” diferencias entre forma y fondo. Es una película/pintura encuadrada con frases precisas, efímeras y altamente sugerentes, dosis intermitentes de humor negro, unas cuantas de drama, romance y una banda sonora que flanquea, sin dudarlo, la perfección.

Son los 80. En 28 días, dice Frank, un conejo que aparece de pronto en la vida de
Donnie Darko (como un sueño exquisito y oscuro en la mente de un adolescente nebuloso y difícil como él), el mundo llegará a su fin. A partir de ese instante de petrificante revelación, el joven Darko será víctima y victimario de sus propias alucinaciones, y aquella rebeldía natural que le había acompañado hasta ese entonces se volverá indefectiblemente hacia ese destino trágico e inmutable que le aguarda. De aquí en adelante, hará todo por complacer al conejo malo que es su futuro: lo bueno, lo malo y lo que hay en medio de ambas cosas. “Puedo hacer lo que quiera. Y tú también”, le oímos decir en uno de sus delirios constantes. Y sí: Como la consigna en “Donnie Darko”, sacrificarse por un futuro del que hemos tomado conciencia raudamente es también, por qué no, poder decidir y liberarse del estigma. Ser finalmente Dios, y decidir cambiar el futuro, eligiendo entre los miles de caminos que el tiempo desvela.


Ya lo sé: es difícil escribir y creer que es posible ser entendido cuando se tiene entre manos una película como ésta, que dispara de todo y por todos lados, sin detenerse. No obstante, en días como estos, es decir, días deliciosamente abruptos, “
Donnie Darko” me permite cerrar el círculo de la sobria ecuación existencial en que me encuentro: es agridulce para interrogarme, sutil para sugerirme una travesía por el destino (mi destino), y radical para establecerme un viaje (mi viaje) por el tiempo en el que me será posible (lo sé) cambiarlo todo, y solucionarlo. Tal vez para siempre.


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Escrito por Alberto Villar Campos @ 3:43 p. m., ,

¿QUIÉN ES ESTE CHICO?

Escrito por Alberto Villar Campos @ 12:40 p. m., ,

DESCUBRIENDO A CARLOS BOYERO

Voy a recordarlo siempre como la pluma cinéfila más salvaje del Viejo Oeste ciberespacial, como el hombre hecho a desgano que, un jueves tras otro y siempre frente a una computadora, responde a las preguntas más tontas y divertidas e incluso interesantes de una audiencia sedienta pero invisible; será por siempre una de las primeras personas a las que, estuve seguro, debía seguir como fuere: oyéndole y viendo lo que veía, también leyendo, pero ese es otro tema; será el tipo que leo desde hace demasiados meses y que hoy, por fin, me animo a recomendar.

Ojo: el tío no se trae pulgas.

Con ustedes, y sin más que merezca la pena decirse,

Carloooooooooooooooooos Boyeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeero

Escrito por Alberto Villar Campos @ 11:29 a. m., ,

STAND BY ME

De las muchas cosas que he oído decir sobre mí –por amigos, enemigos y extraños–, me quedo con esta, que es tal vez el mejor resumen que pueda hacerse a estas por demás precoces alturas: Soy un hombre de 50 años metido en el cuerpo de uno de 24. Quiero pensar que la frase, envolvente y ácida pero también cariñosa y precaria, describe mi vida como un ir y venir nostálgico y pleno de recuerdos, equiparable a la de un viejo que sobrevive apenas por sus pensamientos, por su pasado, un viejo cansado pero sobre todo triste. A los 24, cuando muchas cosas aún no suceden y la ilusión es la mejor de las ilusiones, ser viejo puede ser maravilloso.

Te permite pensar, por ejemplo, en películas que te marcaron hace menos de una década.

En películas como “
Stand By Me”.

Basada en una obra de
Stephen King, esta película es nostalgia pura, inmadurez, valentía, temor, fracaso y victoria. Son cuatro chicos (futuras estrellas fugaces del cine estadounidense; uno de ellos, el gran River Phoenix, fallecido a una edad en la que es un insulto morir) que se embarcan en la búsqueda de otro, que, según la leyenda, yace en algún lugar del bosque. Cada uno a su manera carga su pobre vida pueblerina: son jóvenes con problemas, desadaptados, a los que une una meta, diríase, inútil: encontrar al muerto antes que la pandilla enemiga.

El viaje en sí, con el tiempo sobrevolándoles las cabezas, desvela facetas encontradas de cada uno: tenemos que el problemático es en el fondo un chico noble y protector; que el rebelde es temeroso y llorón; que el temeroso es valiente; y que el inteligente es un narrador nato que maravilla al resto con sus historias y que es, por qué no, también un poco oscuro por ello. Poco a poco, la meta inicial va borrándose, hasta que de pronto sólo los vemos a ellos, la epítome de la niñez a punto de desvanecerse, para siempre.

Debajo de estos personajes, están esas historias con las que alguna vez hemos soñado: irse de campamento y ver la noche estrellada hasta quedarse dormido con la radio encendida, caminar por las vías de un tren mientras el ruido de un río acompaña las charlas insulsas de los amigos que oímos, comprar con el poco dinero que tenemos una vida entera en la tienda, jugar a ser más grande de lo que se es, llevando una pistola cargada para cuando los enemigos lleguen.

Recordar, como en la película, a la niñez como la mejor de las épocas en tu vida, es una de las emociones más intensas que puedan producirse a tan poca edad. Tengo 24 y hoy no tengo 50 sino 13.


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Escrito por Alberto Villar Campos @ 10:59 p. m., ,

THE SANDLOT

En 1993 yo tenía 12 años, vivía en Colombia y jugaba al béisbol todas las tardes en una cancha improvisada en el parque frente a mi casa. Eran tiempos simples: pocas horas de colegio (tan rápidas que ya casi ni las recuerdo), uno que otro amor platónico y fugaz (no tan grande como para quitarme el sueño), televisión por cable y, sobre todo, un entrañable grupo de amigos a los que, ahora, en medio de la nostalgia más petrificante, he perdido de vista, quizá para siempre.

Ese año, el segundo en ese país que hoy evoco algo cansado, repito, jugué al béisbol todas las tardes e incluso de noche, con las luces blancas de los postes cayendo sobre nuestros cuerpos, mojados tal vez por una lluvia implacable, infinita. Entraba a la adolescencia así, haciendo lo que mejor sabía: dilapidando el tiempo entre conversaciones intrascendentes, bromas estúpidas, una que otra lágrima y, sobre todo, querido por extraños que, junto a mí, vivían para una sola cosa: el béisbol.

Esta noche, la memoria me lleva a recordar una película que llevaré conmigo hasta la muerte. Soy consciente de que a lo mejor esta no es una película famosa. Da igual: este blog es para cuando hayan pasado muchos años y yo deba obligarme a ver hacia atrás.

The Sandlot” es un niño nuevo en el vecindario viendo cómo todo alrededor suyo parece ir de las mil maravillas sin él; es un niño que, luego, se juntará con otros niños que parecerán odiarlo al principio, pero que terminarán por aceptarlo como uno más de la patota, como si no hubieran años que los separaran; es un niño tímido y torpe aprendiendo a encajar un guante en su mano, aprendiendo a lanzar una bola y aprendiendo a batear; un niño que un día robará una bola autografiada por Babe Ruth (¡!), propiedad de su padrastro, y que deberá, junto con los amigos, encontrar la forma de recuperarla, luego de que ésta caiga en un patio donde al parecer habita un perro enorme, un monstruo; es también un niño de lentes que se enamora de una bella salvavidas y que no se detendrá hasta robarle un beso; es un gordito que prepara sándwiches de galletas con chocolates y malvaviscos y se molesta de todo; es una noche en un parque de diversiones vomitando el tabaco que antes habían masticado; es un sueño en el que Babe Ruth te dice que deberás enfrentar al perro enorme e ir por esa bola; es la travesía imposible por el vecindario, el can detrás rugiendo como un león, salvando esa bola babosa y sin piel que es ahora el regalo del padre. Es todo eso y más. Es una película para niños sin valor para el mundo pero impagable para alguien que, como yo, creyó que la vida, a los 12, era simplemente mandar una bola a las graderías de un batazo.

Sin esa película circulando en mi vida como quien no quiere la cosa, tal vez hoy yo no sería quien soy. De la nostalgia, pienso, nacen las buenas historias. Esta es una buena historia. Quiero creer que es también un poco mía. Lo he dicho antes: por qué no creerlo.


Escrito por Alberto Villar Campos @ 10:13 p. m., ,


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Sobre mí­

    Alberto Villar Campos
    Lima, Peru
    "Y de pronto apareció por ahí ese maldito iceberg llamado Poesía o Literatura o Aburrimiento o lo que fuera con la única condición precisa de no devenir en Aburrimiento ni por un instante…". (Pablo Guevarra)
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