EL JUEGO DE LA SILLA
jueves, enero 12, 2006
“¡Que baile la pareja, por favor!”, suelta la madre en la sala de su casa, en medio de sus dos hijas bailanteras y muy cerca del hijo, que llegó de viaje pero sólo por un día, y de una de sus viejas ex novias, que no se resigna ni con los años a olvidarse de que lo ama. Yo mientras, me digo, exclamando también, si es que habrá o no razón más justa que esta para matar a una madre. A esa madre (y no a la mía). Y no puedo responderme sino hasta cuando termino “El juego de la silla”, de Ana Katz, donde la argentina, además de directora y guionista, es también actriz: hace de la hermana más tonta.
Ajena a cualquier tipo de astucia, la tristeza es sobre todo horizontal, quieta, se diría que ausente. Plana, inútil hasta el límite de lo inútil, y constante. Sobre todo esto último. Pienso en esta película y no dejo de imaginarme a una madre con una tristeza tan grande que no pueda sostenerse en el tiempo. Y cuya vida sólo pueda resolverse de la manera más bruta: hiriendo a aquellos que la rodean. Pienso, también, en el hijo, fruto primero de esa tristeza de la que hablo. Lo evoco como un fantasma intermitente y proporcionado. Correcto. Justo en sus silencios y en sus rabias. Cuando grita, cuando parece hacerlo, como matando también un poco a su madre, aún sin quererlo realmente.
¿Por qué la mata?, entonces pregunto, trágico como nunca, mientras escribo. La respuesta no tarda: porque el tiempo y su lógica circular acaba por imponerse ante el que sea tal vez el amor más profundo que exista: el del padre al hijo (y viceversa). ¿O no son acaso el amor y el odio un círculo que siempre se cierra?
Con este film comprendo –o intento al menos convencerme de que así es– que el amor verdadero se confunde y mezcla hasta el hartazgo con mucha facilidad. Y que se combina con todo, inclusive con la tristeza. Por eso lo horizontal de una idea como la de la muerte de la madre por el hijo triste, inútil, plano, ausente, que ha venido a mi cabeza al escribir esto.
¿Llegará el momento en que sea eso lo que sienta por ella, también?, me digo, mientras pienso en mi madre. ¿Cambiará para siempre la imagen del amor que le tengo por una del odio más áspero y que nunca, nunca quise o pensé siquiera? ¿Será ese odio verdadero odio o apenas un amor incomprensible, o una idea, por decirlo de alguna forma, equilibrada, para un tipo al que no le caen en gracia las terapias?
Odio al cine por eso: le disparas al tipo del espejo y éste no puede sino dispararte de vuelta.
("Parado en medio de la vida", de David Lebón, cantada por él y no por Ana Katz).
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Escrito por Alberto Villar Campos @ 11:26 p. m.,